Más allá de un molino que solía triturar y producir trigo, harina, mogollo y salvado, se producían historias. Historias que para Julio Laverde, fueron invaluables, ya que ese viejo y olvidado lugar lo vio vivir y morir. Aquel molino no debe continuar su rumbo al olvido, es necesario rescatar esta obra de arte que aun después de perder a Julio, sigue en pie, gracias a algunas personas que piensan en aquel lugar, como un patrimonio cultural.
Sabias que….
Una historia que nunca se contó, una casona de estilo español de jerarquía indígena, un gran edificio de ladrillo con un área de 330 metros y alrededor un molino de piedra, con varios ejes de rodamiento, correas de cuero, inmensas poleas en una enorme bodega con paredes de adobe cubierto de polvo y deterioro por su antigüedad, construido en 1969 denominado patrimonio cultural en la ciudad del sol y del acero, el Molino Sugamuxi.
A la llegada de los españoles al territorio Sogamoseño, el principal cultivo era el maíz. “El maíz se asemeja al amarrillo del sol y después de ser quemadas sus cenizas, se esparcirán en la tierra para las siembras. Se han encontrado en excavaciones tusas de maíz incineradas (carbonizadas)” Relata Margarita Silva, directora del Museo Arqueológico de Sogamoso.
El funcionamiento del molino consistía en moler y producir trigo, harina, mogollo, salvado y harina de tercera que era el resultado de la mezcla de dos harinas, al finalizar el procedimiento se distribuía en varias panaderías y los obreros se encargaban de subir los bultos a las mulas con diferentes destinos: Sogamoso, Duitama, Corrales y Tunja, el maíz en muchas ocasiones era importado desde Canadá. El molino primero fue movido por las fuerzas del rio y con el pasar de los años fue reemplazado por un motor diésel.
Julio Laverde, dueño del molino, murió debido a un infarto; tras su muerte su familia no se hizo cargo del negocio y así fue como se suspendió el funcionamiento, en ese entonces trabajaban veinticinco personas: un administrador, dos cajeras, tres almacenistas, un conductor, y un guardián, el resto eran obreros rasos y al pasar de las horas trabajaban duro para cumplir con todos los pedidos. “Mi persona y mis viejos amigos el Chente y Pabón, somos los únicos que quedamos vivos ya todos se fueron, sus muertes fueron naturales, ninguna fue en el molino, yo recuerdo que todos éramos felices trabajando, hasta con unos perros que había, el Rambo y el Toby.”Julio Martínez recuerda con mucho sentimiento a sus amigos y con una sonrisa menciona a sus compañeros de guardia, toma su boina e inclina la cabeza y nombra a su tocayo en ese entonces su jefe. “Julio era mi mejor amigo, yo era la mano derecha de él, mi persona no tenía el cargo más alto pero si era el responsable de la seguridad del molino andaba pa´ riba y pa´ bajo con él. Cuando murió se acabó el molino y sus hijas Cecilia y Flor Laverde, ningunitica se hizo cargo de esté.”
La familia de Julio Laverde estaba conformada por su esposa Rosa ya fallecida y sus cuatro hijas, actualmente solo viven dos Flor y Cecilia, quienes residen en Bogotá y se comunican con don Julio Martínez por celular para saber el bienestar de él ya que fue muy allegado a la familia, y le consignan para pagar el impuesto del molino, ellas le tienen prohibido que deje ingresar personas particulares y dar o mencionar información personal de su familia.
El molino Sugamuxi, hace más de diez años dejó de funcionar: su estructura es antigua, en ella se observa el deterioro y el abandono es de gran extensión. Además su nombre se registra en una lista de casas viejas de Sogamoso. El arquitecto Walter Martínez Morales manifestó que esta construcción no es solo una casa vieja, sino un inmueble patrimonial que hace parte de la memoria histórica del municipio, esta construcción está en la lista de patrimonio cultural, lo que garantiza que por ahora no harán una demolición.
Gladis Parada, vecina del sector comenta. “Ese molino tiene muchas historias, además los ladrones acabaron con las oficinas, hace como tres años se llevaron los escritorios, las máquinas de escribir, la poca maquinaria que quedaba y los chinos de los colegios no hacen más que meterse porque se inventan que hay fantasmas y un poconón de cosas que a mí me da es risa, claro como don Julito no está para meterles su susto, yo me acuerdo que el aprestaba su escopeta y ahí si salían corriendo y echando santo”.
Es tanta la intriga por conocer esta casona que muchos estudiantes han violado el acceso restringido, pero algunos no se interesan por conocer su historia. Algunas personas ingresan por la parte de atrás del molino y han llegado hasta a envenenar a los perros guardianes de don Julio, el Toby, el Ramón y el Hércules, que fueron víctimas de personas inescrupulosas. “Esos perros eran lo más nobles, todos eran grandes, mi tesoro, no los enseño a bravos pero la gente si les tenía miedo y a mí me dio un rabionon cuando me mataron a mi Hércules, también por eso deje de ir por allá, ya le dije a Julio que yo ya no más perros, me siento enferma y me he metido unas chilladas por esos animales.” Marina señala a don Julio y le advierte, él se levanta se ríe y le dice ¡ah vieja chocha!
Julio Martínez, el guardián de la construcción, se levanta muy temprano, toma un tinto y desayuna con su compañera sentimental, Marina Alvarado. Viven en una casa grande llena de flores (margaritas, helechos, rosas) y animales (gallinas, loros, un guerere, y un morrocoy), cuida de ellos igual que al molino; en sus ratos libres lee la biblia, al llegar la tarde toma su cicla y se dirige a la casona que debe cuidar. “Yo antes tenía mi pieza allá, mi viejita me acompañaba pero como hace más de tres años o cuatro me dejaron sin luz y agua. Ya mi viejita no me acompaña y ya me da es como miedo de los jijuelapelones ladrones.”
“A mi ya no me gusta ir porque hace un helaje” Marina fruñe sus cejas. “Mi viejo tumbo los arboles de cerezas y de duraznos, yo los sembré en la parte de atrás y mi tesoro los arranco porque se metían era a robarse mis frutas y eso había un gentido de ratas en el edificio que me daba era escalofríos y dolor de cabeza, menos mal las envenenaron a toditicas, pero donde quedan mis matas hay culebras y sí que pior”. Ella es bajita de cabello ondulado color café y de contextura gruesa. Hace ocho meses cumplieron bodas de plata, muchos de esos años de amor, los compartió con don Julio en la época dorada del Molino Sugamuxi.
La soledad y el abandono se sienten al entrar, árboles secos cubren los edificios pero alrededor se ve el cuidado de algunos arbustos que cubren el bloque donde se encontraba el refugio de don Julio, un enorme vacío que genera curiosidad, una gran extensión por recorrer, miedo a explorar, Julio me enseña el lugar en horas de la mañana, caminamos juntos y me señala donde quedaba la bodega, sus paredes de adobe y un mal olor de olvido y de polvo invaden el ambiente. “acá tenía la pierna del amigo Rafael Torres, él era el administrador y tenía una motocicleta. Un día salió de trabajar y me llamaron que se había estrellado, horas después lo visite en el hospital San José y ya no tenía una pierna, a él le pusieron una prótesis de metal y yo tenía la pierna que perdió guardada acá en la bodega” comenta don Julio con risa nerviosa.
Existen muchas versiones sobre aquella pierna de Rafael, pues estuvo colgada en el segundo piso del molino y cada persona que la observo o le comentaba que estaba allí, se iban inventando una historia, la verdad es que los ladrones se la llevaron. Julio Martínez asegura que no alcanzo a recuperar la pierna de su amigo que guardaba con mucho fervor y entre risas dice: “se me llevaron hasta la pierna del torres”.
En el alto edificio permanece la antigua maquinaria; en el primer piso se encuentra su motor principal con un sistema de poleas de grandes extensiones, allí primaba la empacadora de salvado y mogollo, este piso era llamado “transición principal”, el segundo contaba con seis motores en línea que permitían el proceso de trituración del producto, continuando con un almacenamiento corto daba inicio el siguiente paso. En el tercer piso está el centrifugado y se hacia el proceso de clasificación de la materia prima que se dividía en dos partes harina limpia , harina contaminada; posteriormente se desechaba la harina que no era apropiada para el consumo y la otra continuaba la línea de proceso, luego se enviaba al cuarto piso donde se encuentra el pulmón del molino el cual tenía como función succionar el producto para ejercer la última purificación o filtración que daba como resultado una calidad apropiada para el consumo humano. Finalizando con el proceso llegamos al último piso donde están las bandas trasportadoras, las cuales eran empleadas para bajar los bultos al primer piso donde se encuentran las bodegas y posteriormente se ubicaban los medios de transporte para su distribución.
El Molino Sugamuxi, en ese entonces, producía 150 bultos de harina semanalmente. La harina de primera calidad la compraban las diferentes panaderías: Triunfo, Turquestán y Mochacá de Sogamoso y las panaderías de sus alrededores Corrales, Belén y Tunja. La harina se segunda y tercera (mogollo, salvado, mollete), la compraba el pueblo y los porcicultores para sus animales, en ese tiempo un bulto costaba ciento treinta pesos que en la actualidad serian aproximadamente cien mil pesos. La producción de harina fue intensiva para la fundación de molinos del departamento de Boyacá, la mayoría ensamblaron sus fábricas con maquinaria importada y con plantas generadoras de energía eléctrica usando materias propias del departamento y posteriormente comercializando el producto en Boyacá, Santander y los llanos orientales.
La mejor panadería de la primera mitad del siglo XX en la ciudad de Sogamoso se llamaba Turquestán, se reconocía por su gran variedad de pan, colaciones, biscochos, y tortas. “Era mi panadería favorita, era grandísima y muy bonita, yo les festeje el bautizo a mis hijos allá, y en ese entonces al finalizar el festejo se brindaba era una galleta”. Relata Cecilia Hernández, mejor amiga de la infancia de doña Marina Alvarado.
Gonzalo Ignacio Alvarado y Blanca Cecilia Hernández, son viejos amigos y vecinos de don Julio y doña marina, ellos comparten tradiciones de su época (Agüeros, remedios), son compadres de matrimonio y de bautizo. “Antonio Martínez trabajo en el molino, él es el papá de mi compadre y murió hace poco pero trabajo toda su vida allá”, recuerda Gonzalo Alvarado.
Un equipo de investigadores de la Facultad de Estudios Ambientales y Rurales de la Universidad Javeriana se ha propuesto rescatar del olvido las prácticas culturales y sociales que surgieron alrededor de la economía familiar campesina en Boyacá. El primer paso será la recuperación de los molinos hidráulicos en los municipios de Socha, Socotá, San Mateo y Tópaga, a través de tres estrategias fundamentales. Primero, la generación de una red de comercialización de harinas de trigo integrales; segundo, la construcción del “museo de los cereales” y, tercero, la proyección de una iniciativa de ecoturismo rural para dar a conocer a todos los colombianos el patrimonio cultural, económico y arquitectónico de los molinos.
Es lamentable que la familia de Julio Laverde, no estuviera interesada por continuar con el sueño de su padre, no era solo un sueño para él, sino oportunidades para generar empleo a muchos sogamoseños y tal vez en este momento si dicha industria permanecería funcionando hubiera sido un punto de apoyo para los comerciantes y así fomentarían más industrias en la ciudad de Sogamoso; además que bueno hubiera sido continuar con el proceso de funcionamiento de la planta procesadora de trigo ya que esta beneficiaba a muchas personas y reducía los gastos económicos en distribución y transporte a diferentes panaderías debido a su ubicación.
Espero que la familia Laverde fomente apoyo para la restauración y así autoricen el ingreso, y al igual que yo puedan apreciar un tesoro arquitectónico e industrial, “probablemente las nuevas generaciones no lo sepan, pero los molinos de trigo constituyen un aspecto significativo de la historia rural del país”, dice Pierre Raymond, especialista en economías campesinas y uno de los líderes del proyecto.
Es enriquecedor poder contar las historias que se esconden en la memoria de los abuelos, no dejemos perder o morir las personas que guardan como legado parte de nuestra cultura. Tenemos que conocer nuestro pasado para vivir nuestro presente, en realidad es satisfactorio poder transmitir este relato y contribuir con la preservación del patrimonio, “plásmenos recuerdos que hacen parte de nuestro origen”.
Crónica Escrita por: Angie Melissa Rangel Martínez
Estudiante de comunicación social y periodismo
Universidad central
Procesadora de Historias
Fotografía: Julián Hernández
en que año murio julio la verde
Hermosa construcción a rescatar como patrimonio histórico nacional. Debemos unir esfuerzos con lo que se adelanta para la recuperación del Molino Tundama en Duitama y otros en Topagá.
Y si por parte de todos los Sogamoseños generamos una carta y adjuntamos firmas para que los actuales dueños se conduelan del patrimonio que esta ayi…….?
Se ha podido avanzar en este aspecto?
En hora buena, como Sogamoso agradecer este esfuerzo,… Nadie es profeta en su tierra, quizás hasta los arquitectos «progresistas» entiendan el valor del patrimonio y lo protejan.
Qué interesante, no sabía la historia, sí era de las que al pasar por en frente se imaginaba historias de fantasmas o de lugar embrujado por como luce. Buena crónica
hay que restaurarlo y conservarlo al igual que el molino Tundama en Duitama. son reliquias , incluso hacer un museo para explicar como fue la industria molinera de esa época.
Soy parte de esa generación porque pasaba por en frente y escuchaba ruguir dichos motores y salir los bultos de arina para ser distribuidos a nuestra ciudad del sol y del Acero y pueblos cercanos
Dar un clik para apoyar las construcciones antiguas que sirvieron para jenerar empleo y de comer a muchas personas de esas épocas
Apoyo la reconstrucción de dicho patrimonio